jueves, 18 de julio de 2013

I.

Se desprendió una hoja de tu cuello
       y yo la levanté para mirarla.

Junto a nosotros pasaron
mil hombres sin rostro.
Corrían de la primera lluvia
del julio más incierto.

La madrugada,
cuando todos duermen,
se hizo tarde madrugada;

por la absurda pasarela
que resulta la ciudad
caminamos como a solas.
       Y nadie nos miró pasar.

Adoquines húmedos.
El joven misterio
de las nuevas geografías.

No soy culpable. (Como Pilatos)

Brillaba una invisible luna
sobre un lago que imaginamos.


II.

Frente a nosotros,
el bullicio amargo
de las voces silenciadas.
       Las que nunca dicen nada.

Las aves volando
nos atravezaban.

El demonio invisible
que persigue a todos,
con su gesto de aire,
nos miró de lejos.

Y se fue.

Pedimos algo de comer
y luego regalamos todo.
Nos alimentamos uno al otro
de miradas.

En un rincón, en la penumbra,
te ofrecí mi vulgar rima
y tú correspondiste
con poesía.

Nos hizo el viento un guiño;
desprendió una rama de tu labio
       y yo la levanté para besarla.


III.

Fuimos lo que somos entonces,
entre imberbes
que juegan a palabras.

Junto a la sombra de un cedro,
frente a un globero
en una banca.

Nada.

¿Se puede ser más?
Si todo lo que vale es intangible,
si amamos eso que no vemos

y aún, almas golpeadas,
negamos la existencia de
lo que no podemos tocar...

Fuimos eso entonces.

Nada.

Porque no existe, ¿cierto?
Niégame que buscas sin cansancio
aquellas cosas
que te han dado desencanto.

Vamos repitiendo un mantra.
"Ya no creo", "ya dejé",
"He aprendido, "he olvidado".

Gracias.

Ridícula contradicción
en la coraza.

Somos dos soldados
que no creen en la guerra,
pero van a la batalla.

Nada.


IV.

Un camión nos ensordece mientras pasa.



Foto: "Consagramino", Mono Fingal (2012)


0 comentarios..:

Publicar un comentario