viernes, 21 de junio de 2013

Bajo un cielo gris que hidrataba delicadamente el suelo de C.U, La Espiga de Rufino Tamayo nos vio llegar al Centro Cultural Universitario. La cita fue a las 18 horas, Mono y yo llegamos una hora temprano y nos quedamos a charlar bajo el suave rocío de un cielo en suspenso, cargado de humedad contenida, tal como la impaciencia nuestra por conocer las 76 obras que la geométricamente apacible y mística cueva de Teodoro González de León albergaba ya.

Voló el tiempo, pasamos al vestíbulo, saludé a Érica en la recepción de Amigos del MUAC, dejamos nuestras mochilas en la paquetería, me tocó la ficha 17 (como siempre), sonreímos a un par de rostros familiares y nos perdimos entre unas 60 personas, casi todos jóvenes, sedientos de arte como nosotros.
La ceremonia de inauguración inició a las 18:30. Escuchamos a Graciela de la Torre, Directora General de Artes Visuales de la UNAM, agradecer a patrocinadores y cumplir entusiasta con formalismos y diplomacias. Nimfa Bisbé, directora de la Colección de Arte Contemporáneo de la fundación La Caixa, María Teresa Uriarte, coordinadora de Difusión Cultural de la UNAM, Bartomeu Marí, director del MACBA, y Manuel Alabart, embajador de España en México, nos emocionaron un poco más al señalar que estábamos a punto de conocer dos de las colecciones de arte contemporáneo más importantes de España.

Al fin, entre reiterados agradecimientos a propietarios de las colecciones y a la Fundación Carlos Slim, terminó el discurso. Caminamos tras los anfitriones para ingresar a la primera sala. Esperamos unos cinco minutos mientras Nimfa Bisbé explicaba las primeras obras a los personajes de traje que antes escuchamos y ahora nos daban la espalda.
No nos mantuvimos fuera. Los demás asistentes entramos lenta y desordenadamente a la sala para buscar aproximarnos al centro de la explicación, donde en fugaces y accidentados semicírculos, una alegre Bisbé, orgullosa de su trabajo y ya con micrófono en mano, pronunciaba rápidas síntesis de cada obra. 

Un elegante hombre daba amplias zancadas llevando sobre un diablito la bocina tamaño frigobar que inalámbricamente amplificaba las palabras de nuestra guía. Había que elegir entre ver la obra y escuchar con claridad su descripción. En más de una ocasión preferí acercarme a este hombre y buscar la obra más tarde, pues la preferencia general era visualizar la fuente original del sonido.
La curaduría de la exposición contempló obras que ameritan ser aisladas para su montaje, por lo que en dos de las tres salas de “La persistencia de la geometría” nos encontramos con las típicas habitaciones de museo que ofrecen diferencias de luz para obras que lo requieren. Fue donde mi papel como miembro del grupo de invitados (recibimos invitación digital e impresa para esta presentación) fue puesto más severamente en duda; Bisbé ingresó en todas las ocasiones en compañía del equipo que nos recibió, mientras al resto de los asistentes se nos pidió esperar afuera. En una ocasión intenté ingresar a uno de estos espacios saltando esta petición, pues me pareció absurdo escuchar desde el diablito del elegante hombre palabras sobre algo invisible. La propia Graciela de la Torre, un tanto incómoda, me pidió que esperara a que salieran nuestros anfitriones.

Desde ese momento me separé del grupo e inicié mi propio recorrido. El mal sabor me lo borró el espléndido contenido de las obras. Entre instalaciones, fotografías, audiovisuales y esculturas, terminé percibiendo la realización intangible del título de la exposición. La persistencia, sí, de la geometría más elemental como una constante ineludible en toda construcción estética humana. 

La casi invisible y ancestral matemática de la mirada humana se revela sin remedio al que ceda la palabra a la diversidad de discursos plásticos que esta colección aloja. 

En una sala totalmente oscura, un simple proyector análogo emana un punto que se va convirtiendo en línea y a lo largo de media hora dibuja lentamente un círculo. Un aparato arroja bocanadas de humo denso y, gracias al fenómeno Tyndállico, se nos revela un cono que siempre existe, aunque normalmente es invisible. “Línea que describe un cono” es estar dentro y fuera de una membrana de luz que existe y no y que en realidad es un frágil haz luminoso que revela una mínima porción de un gran cubo de gases: es despertar momentáneamente a nuestra cotidiana inmersión en la geometría. Gracias a Anthony McCall, con su “Línea que describe un cono” (1973), fui testigo y partícipe (aunque esto último alteró a los vigilantes) de la extraordinaria materialización de una geometría invisible.

Grandes obras de artistas como Txomin Badiola, Ana Mendieta y tantos más, me reconfortaron hasta olvidar mi desengaño, pues me creí invitado a la presentación de estas colecciones visitantes por parte de tan distinguidos anfitriones. Pero mi invitación era imprecisa; fui invitado, como todos los que asistimos, en realidad, a mirar de lejos una visita guiada para los mismos distinguidos personajes.
Que muchos visiten esta gran exposición, pues constituye una oportunidad única de conocer obras de excelente calidad que normalmente se encuentran a muchos kilómetros de estas tierras.  

Finalizado el recorrido, Mono y yo nos quedamos un rato más a mirar cómo los invitados importantes (y uno que otro vivo) degustaban del vino de honor y después emprendimos el regreso a la otra galería. La que no cobra entrada y acaso tendrá en la puerta de algún solemne museo su salida.

Y.I.




Foto: Txomin Badiola - E.L. El Ruso 3, Y.I. (2013)









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