lunes, 7 de enero de 2013

Se paró frente a la puerta
el hombre de labios pintados.

Labios pintados por el beso de una prostituta,
manchados color de amaneceres rojos,
color uñas de la secretaria
que carga en el bolso su doble vida.



La vida que carga en sí misma a la doble secretaria
o la doble prostituta
que divide la moral partida en dos bajo su falda.

Roja moral conocida, boca temida,
ayudante puntual y discreta,
mujer de sueños destrozados que cumple fantasías.

El derecho a fantasear es caro
y ellas están cansadas de robarlo.

Porque saben de la felicidad más que cualquiera,
porque cargan en el bolso la infelicidad de las vidas alternas
de los hombres envidiados desde afuera.

Y ellos, como ellas,
creen en lo que ven.
Si parece, es;
importan las vidas al espejo,
no la vida frágil que llevamos dentro.

Pero no hay coraje ni envidia
porque les pesa lo mismo.

Les pesa ser una misma,
por eso entienden a sus hombres,
cada una es una madre a su manera.
Cada una es una aliada.

Cada una es una ninfa.

Una dice ser feliz,
a la otra se lo creen.

Hace tiempo no se hablan,
hace tiempo no se hablaban,
pero anoche, en el Hotel Tampico,
el hombre hizo una de ambas
cuando en un solo beso, las besó.

—"Pinche degenerado".

Cuando ya se habían marchado,
se paró frente a la puerta
el hombre de labios pintados.




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