viernes, 4 de diciembre de 2009

Se dijo que murió en cumplimiento de su deber, pero no era así; había muerto sin duda en complemento de su deber y él lo sabía bien. Se levantó con lágrimas en el rostro, por la indignación más que otra cosa, y pidió al general la palabra. La esposa del ilustre difunto lloraba.
La palabra le fue concedida, pero no sólo así; en realidad le fue conseguida por la terquedad de su insistencia, pues el general no quería interrumpir el curso del discurso.
Cuando por fin pudo dirigirse a los presentes, dijo molesto que el general había mentido a todos ellos. Dijo con firmeza, seriedad y sin rodeos, señalando hacia el difunto, que éste no había muerto en cumplimiento, sino en complemento del deber.
Nadie pudo guardar la sorpresa en disimulo, una fuerte inspiración entrecortada fue emitida a coro por todos los asistentes; aún por los cadetes, que no sabían diferencia entre los términos, ni tampoco sabían nada…
Se disponía a continuar su réplica ante los sorprendidos familiares y amigos, cuando el único que no lo estaba, se levantó molesto a interrumpirlo. Caminó lentamente hacia el difunto mirando con frialdad al orador y al general y se recargó sobre la caja. Dio un lento respiro y continuó. “Todos conocimos a éste hombre y ustedes saben bien de lo que hablamos, no señores, no. Éste hombre no murió en cumplimiento, ni en complemento del deber; ¡sino en complemento del beber!” Los asistentes atónitos, otros un poco avergonzados, repitieron aquél sonido de sorpresa. “…y ustedes lo saben muy bien…” concluyó para marcharse de nuevo a su lugar con el rostro enfurecido.

Ni el general ni el segundo orador sabían qué contestar. Los cadetes dormían con los ojos abiertos porque así se les había ordenado. Al percatarse de la escena, la esposa quiso levantarse, pero no le fue permitido por un familiar que estaba junto de ella.
El general no pudo más; tenía que hablar.
“El hombre cuyos restos yacen frente a mí, soldados…” dijo a los familiares y amigos señalando con ambos índices hacia la caja, “no ha muerto en cumplimiento del deber, es cierto… pero miente quien afirme que la muerte le llegó en complemento del deber, incluso el que afirme que haya sido en complemento del beber…” unos guardaban silencio ansiosos por la declaración que se anunciaba, otros se pararon de sus asientos, más de una copa de whiskey cayó al piso, otros lloraban… el general caminó hasta la caja y cruzó sus brazos sobre de ella, prosiguió: “…éste hombre, mal soldado –seamos francos- ha muerto… ¡en rompimiento del deber!”

Ya nadie pudo contenerse, un gran murmullo se desató entre los presentes, la esposa gritaba de sufrimiento, el segundo orador quiso golpear al general, pero no le fue permitido por un familiar que estaba junto de él.
El sacerdote que daba la misa, interrumpió en busca de recuperar el orden de la ceremonia. Dijo con calma para todos, que la causa de muerte no importaba, que dios era el único juez de nuestras almas…
“¡Mentiroso!” gritó un asistente a aquél velorio y de inmediato se puso de pie. Le hablaba sin duda al general, (¿a quién más?) el mismo sacerdote estaba impresionado. Pero no lo dejaron terminar; un hombre se presentó en compañía de los hijos que llegaron agitados. Uno de ellos proclamó:
“Más respeto para aquél al que le hacemos ceremonia, no fue un hombre que muriera en cumplimiento del deber, nunca fue la clase de hombre que muere en complemento del deber… y me molesta pensar que haya quien piense que muriera en complemento del beber. ¿No es clara la farsa para todos? Mi padre ha muerto, es cierto, pero si murió, fue..” alguien interrumpió gritando… “¡complaciendo una mujer!”…
La situación ya era ridícula, los invitados sacaron todos su diccionario, que dadas las circunstancias era el único modo de saber lo que se avecinaba. Ya eran mayores, pero un cadete pasó vendiendo lentes para vista cansada.

Se desató una abierta lluvia y debate de teorías sobre las circunstancias de su muerte… ¿“¡cumplimiento del deber!” “¡rompimiento del deber!” “¡complemento del beber!” “¡complemento del deber!”?
El hombre que había llegado en compañía de los hijos, un médico amigo cercano del muerto, caminó devastado por la escena a llorar sobre la caja…“¡silencio!” gritó de pronto… “¡Abran la caja!” Tomó un instante para que notaran la seriedad de sus palabras y unos cuantos se levantaran sorprendidos a ayudarle… El médico se perdió un momento oculto en la tapa de aquél abierto féretro y se levantó impresionado. “Llamen pronto una ambulancia; ¡éste hombre no está muerto!”
La esposa se desmayó, el sacerdote anunció un milagro al cielo, los cadetes no hicieron nada, el médico cobró su consulta al difunto y la gente se marchó decepcionada.

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